El jardinero se convirtió de un delgado adolescente, que pasaba inadvertido, en una estrella de las mayores
Miguel Nava todavía conserva fresca en su memoria la imagen de un jovencito muy delgado, que intentaba pegarle a la pelota sin éxito, una tarde soleada de hace nueve años.
Se jugaba la Serie Mundial Juvenil de Pequeñas Ligas, en Kissimmee, Florida, y el scout independiente tenía planeado observar a un lanzador del equipo venezolano que participaba en el torneo.
“Mi intención era chequear a Alfredo Fernández, un pitcher derecho. Pero terminé fijando la mirada en Carlos González, que jugaba en la inicial”, cuenta el marabino de 54 años de edad. “En sus dos primeros turnos se ponchó y luego dio un elevado corto a los jardines. El bate parecía dominarlo, sólo que la trayectoria de su swing me gustó mucho. Pese a ser flaquito y tener un cuerpo bastante inmaduro, el swing estaba allí. También noté que tiraba la pelota con fuerza”.
Nava -que lanzó en ligas menores con los Cachorros en la década del 70- apuntó los datos del adolescente de 15 años y cuando regresó a Maracaibo convenció a sus padres de inscribirlo en un campamento para poder evaluarlo en un ambiente controlado.
“De inmediato pude apreciar mejor su calidad, sus condiciones. No entendía por qué nadie lo había notado. Pero también sabía que si lo dejaba allá (en Venezuela), eventualmente iba a llamar la atención. Hablé de nuevo con sus padres y les dije que tenía un gran futuro. Entonces me dieron la oportunidad de llevarlo a Estados Unidos”.
González ingresó al programa de la Impact Baseball Player Academy, en Tampa, que dirige el venezolano José Ortega. Allí comenzó un trabajo de campo intensivo, al tiempo que se sometía a un régimen de nutrición para fortalecer su cuerpo.
“Al principio era muy lento de piernas. Marcaba 7.20-7.30 segundos en las 60 yardas. Luego mejoró al promedio de las mayores (6.9-7.0). Cuando estaba listo para firmar, después de someterse al entrenamiento avanzado que necesitaba, su promedio bajó entre 6.6 y 6.7 segundos. Algo excepcional”, rememora con entusiasmo Nava.
González comenzó a destacarse, mientras avanzaba su preparación. En apenas ocho meses, hasta su firma el 3 de agosto de 2002, sus avances fueron notables. Incluso participó en encuentros de exhibición en la Universidad de Tampa y no deslució.
“Tenía las cinco herramientas, sólo necesitaba refinarlas”, señala Nava, que para ese momento ya trabajaba con los Cascabeles de Arizona.
“A los scouts nos pagan por adivinar. Yo tuve la suerte de encontrar una apuesta segura. Me decían que estaba loco, cuando puse en mi reporte para Arizona que era el mejor talento venezolano desde Miguel Cabrera, pero confié en mi criterio”.
Nava anotó 70 en el renglón future prospect overall, en la escala del 20 al 80 que usan los busca talentos. “La mayoría de los scouts cuando evalúan a un buen prospecto marcan entre 55 y 60, por el miedo a equivocarse. En mi caso no tuve dudas. Las tangentes de Carlos eran average. Sus proyecciones se perdían de vista”.
Apoyo familiar. El talento estaba allí, pero Nava asegura que de no ser por el compromiso de González y su férrea convicción de cumplir con sus metas, tal vez los resultados no hubiesen sido los mismos.
“Siempre buscó su superación personal”, enfatiza el scout, que actualmente vive en Tampa y se desempeña como director de operaciones en Latinoamérica de Sroba & Associates, una firma que representa a beisbolistas. “Le dije que además de pelotero lo iban a juzgar como persona, que aprender a manejarse en esta sociedad (EEUU) es muy importante, sobre todo para un atleta de sus características. En ese sentido, su familia tuvo mucho peso. El apoyo de sus padres (Lucila y Euro) y de su hermano mayor Euro fueron su inspiración”.
González corrobora las palabras de su mentor. “La parte más difícil fue dejar atrás a la familia, pero ese paso es menos doloroso cuando tienes las ganas de jugar pelota. Mi sueño era llegar a las grandes ligas y la única manera de conseguirlo era irme de casa. Ese era el costo que debía pagar”.
Mientras esperaba la firma de su contrato y al año siguiente del acuerdo, González se propuso mejorar sus conocimientos del idioma inglés y perfeccionarlo.
“Para mí ese aspecto siempre fue primordial porque me abriría muchas puertas. Como pelotero iba a estar en capacidad de expresar cualquier inquietud que tuviera al manager, los coaches y mis compañeros. Eso fue una gran ventaja. Ahora, puedo desenvolverme frente a los medios (de comunicación), algo muy importante en las mayores. Al principio mi novia (Raenelle Dayton) me ayudó muchísimo”.
Esperado encuentro. Hace pocas semanas, Euro pudo ver por primera vez en vivo a su hermano menor en un partido de la gran carpa. El encuentro se produjo en Denver. Para ambos, el círculo se había cerrado.
“Mi hermano es mi eterno coach. Siempre ha estado pendiente y conoce muy bien mi swing. Aprendí muchas cosas con él porque también fue pelotero. Eurito ha estado conmigo en las buenas y en las malas. Hizo muchos sacrificios para que yo pudiera cumplir este sueño. Me dedicó más a mí que a él mismo y eso me llevó a ser mejor jugador. Por eso, cuando estuvo en Denver, él también cumplió su sueño”.
El lugar y el momento adecuado. Mike Rizzo, director internacional de scouts de Arizona en 2002, confío en la recomendación de Nava y luego de ver a González no dudó en conseguirle un contrato.
Un año más tarde, el infielder convertido en jardinero apareció entre los 30 mejores prospectos de la organización, según Baseball America, e inició un vertiginoso ascenso. Ganó el premio Más Valioso y fue el Jugador del Año de la Liga del Medio Oeste (Clase A) en 2005; participó en los Juegos de Estrellas Futuras de 2006 y 2007, año en el que apareció como tercer prospectos de los Cascabeles.
Pero en Arizona pensaron que estaba muy joven todavía para ayudar al equipo y lo enviaron a Oakland, como la pieza clave en el cambio por Dan Haren. Luego, los Atléticos creyeron que no estaba listo para las mayores y a finales de 2008 -después de su debut arriba- lo incluyeron como parte del canje con Colorado por Matt Holliday.
González comenzó en triple A en 2009 pero una vez que fue promovido en junio por los rocosos, no regresó a las menores. Este año ha estado disputando el título de bateo de la Liga Nacional y encabeza a los Rockies en promedio (.318), jonrones (25), producidas (79) y bases robadas (19).
“Hace dos años me entrevistaron para el San Francisco Chronicle y les dije que Carlos iba a ser una estrella con los Atléticos, un pelotero franquicia al estilo de Ken Griffey Jr. Volvieron a decir que estaba loco”, sonríe Nava. “Fíjate lo que está pasando ahora con los Rockies. Es un pelotero élite, que puede conectar 30 o más jonrones, remolcar más de 100 carreras y batear .300 por temporada. A la defensiva tiene grandes instintos. Además del brazo, cubre terreno, sabe cómo jugar. Es un potencial Guante de Oro. En este momento, sólo vemos los trailers de lo que será su carrera”.
Hace unos días Susan Slusser, la periodista del Chronicle que escribió la nota, llamó a Nava para recordar la conversación que convirtió en una nota.
“Me envió el artículo. Quiere que lo guarde. Me dijo que en Oakland odian el día que lo enviaron a Colorado”.
Nava reitera que fue “un privilegio y un honor” descubrir a “CarGo”. Por eso no olvida aquella tarde de 2001 y tal vez tenga una visión borrosa de Alfredo Fernández, que firmó con San Diego y fue dejado libre hace cuatro años con una sola aparición en triple A.
Esta nota apareció publicada en el diario El Nacional el 22 de agosto de 2010
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