Sean Burroughs nunca dudó en regresar con Bravos de Margarita. Asegura que puede escribir un libro sobre su vida
Sean Burroughs es uno de esos importados que juega
durante el invierno para disfrutar de la experiencia y del ambiente que se
respira en los estadios, de los aficionados y de un “buen parguito frito” a la
orilla de playa en Margarita.
“Es divertido”, asegura. Por eso no dudó en regresar
cuando la gerencia de los Bravos lo contactó.
“Ahora sé qué comer y qué no. Arepas, empanadas y el
panqueque grande con queso en el medio (cachapas). La pasé muy bien con mis
compañeros y los fanáticos son excelentes ¿Por qué no iba a volver?”.
Ya no se trata de hacer ajustes o mejorar sus
habilidades.
“Lo veo como una aventura. Aquí vienen jóvenes que
tratan de encontrar en esta pelota la oportunidad de mejorar su contacto y
elevar el promedio, batear para poder o hacer ajustes en la defensa. A mi edad
(32 años). Sé lo que puedo hacer. No voy a cambiar mi swing. Quizás mi parada
en el plato o cómo mover mis pies. De cualquier forma ayuda mucho. Estas
jugando. Observas pitcheos. Tratas de mantener las cosas simples”.
Jugar beisbol y ganar, “sin importar lo que cueste
por el nombre de Margarita en el pecho”, dice Burruoghs en un español que
aprendió en la escuela y que mejoró con compañeros dominicanos durante sus
primeros años en ligas menores. “Todavía me cuesta armar algunas oraciones, pero
lo intento. Y cuando me entrevistan para la radio o la televisión trato de no
decir una mala palabra, de esas que escuchas en el clubhouse”, sonríe.
Los lunes intenta surfear con el coach José
Alguacil, uno de sus mejores amigos. Aunque extraña las olas de Long Beach,
California, donde reside. “Es sólo bodyboarding. Así que nos subimos y
pateamos. José lo hace muy bien (risas)”.
Otra divertida aventura, esta vez a unos cuántos
kilómetros de casa. Nada que le sea extraño. La vida de Burroughs nunca ha sido
apacible.
Fue un niño prodigio en su comunidad. Apareció como
extra en exitosos shows televisivos a finales de los 80. “Dallas, Saved by the
bell (Salvado por la campana) y Knots landing (Vecinos y amigos). Gané algo
extra como actor”, vuelve a esbozar una sonrisa.
Fue pitcher y campocorto del equipo de Long Beach
que ganó las Series Mundiales de Pequeñas Ligas en 1992 y 1993, bajo el mando
de su padre Jeff Burroughs, que jugó durante 16 años en las mayores y fue el
Más Valioso de la Liga Americana en 1974.
“Mi padre es mi héroe, mi ídolo. El era un derecho
de poder y jardinero. Yo soy infielder y bateador zurdo de contacto. Somos
diferentes. Pero compartimos mucho. Hablar con él siempre me ha ayudado”.
Poco después de sus logros en las Pequeñas Ligas,
fue invitado por el reconocido presentador David Letterman a su programa en
Nueva York, que se transmite a lo largo de toda la unión. En ese momento, su
incipiente carrera seguía en ascenso.
Fue estrella de la preparatoria Wilson y en su
último año ligó .528 de promedio, con 7 jonrones y 38 producidas en 29
encuentros. Además reunió excelentes calificaciones que le sirvieron para
conseguir una beca deportiva con la Universidad del Sur de California, que
rechazó en 1998, cuando los Padres de San Diego lo firmaron por 2,1 millones de
dólares, tras escogerlo en la primera ronda del draft amateur.
Dos años después ganó la medalla de oro con la
selección de beisbol de su país en los Juegos Olímpicos de Sidney. Su futuro
era brillante.
Sólo que después de ser titular con San Diego, entre
2003 y 2004, perdió la pasión por el juego y comenzó su descenso. Tocó fondo y
pasó casi cuatro años sumergido en la adicción a las drogas. Su familia, en
especial su padre, lo ayudó a recuperarse y en 2011 volvió a ser noticia tras regresar
a las grandes ligas.
“Todavía me siento joven de corazón. Así que seguiré
jugando”, asegura. “Después tendré tiempo para pensar en todo lo ocurrido.
Quizás hasta escriba un libro. Tengo muchas cosas que contar”.
Esta columna apareció
publicada en el diario El Nacional el 15 de octubre de 2012
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