Las banderas de
Puerto Rico volvieron a ondear en el Hiram Bithorn y miles de aficionados
auparon a su selección a diferencia de lo ocurre durante la temporada de
beisbol invernal
Las luces del Hiram Bithorn volvieron a encenderse,
pero no para ser el escenario de un partido de Santurce. Los Cangrejeros no
juegan allí desde 2009. El estadio, que lleva el nombre del primer boricua en
la historia de las grandes ligas, se convirtió por tercera vez en una de las
sedes del Clásico Mundial de Beisbol, y su promedio de asistencia fue de más de
15 mil personas por encuentro, a excepción del desafío de ayer entre España y
Venezuela, equipos eliminados.
“No sé cómo se llama el equipo que juega aquí. Vengo
por Puerto Rico. No sigo la pelota de invierno”, dijo Rodolfo Velázquez,
empleado de un almacén en Vieques, una isla-municipio ubicada a 10 kilómetros
del Archipiélago. “A nadie le importa el beisbol profesional de aquí”.
La merma en el apoyo del público ha puesto en jaque
al beisbol profesional boricua, que contó con seis equipos la campaña anterior
por primera vez desde 2009.
“La promoción del béisbol no es la mejor ni la
calidad de peloteros es la misma. Vengo a ver verdadero beisbol”, contó Carlos
Ramírez, que se trasladó desde Bayamón con su hijo, hasta Hato Rey, donde se
levanta la imponente estructura del parque construido en los años 60, flanqueado
por el Coliseo Roberto Clemente y Plaza Las Américas, el centro comercial más
grande de la isla.
“No tenemos tantas figuras en la gran carpa como
antes y las que todavía destacan no juegan en nuestra liga. Hay que venir a
verlas aquí ¿Cuándo volverá a jugar en Puerto Rico (Carlos) Beltrán?”, se quejó
Ramírez.
La recién electa alcaldesa, Carmen Yulín Cruz,
destinó 4 millones de dólares de su presupuesto, “pese a la peor crisis
financiera en la historia de la ciudad” según los diarios locales, para que
todo estuviera en condiciones óptimas cuando se lanzara el primer pitcheo del
Grupo C. Se trabajó las 24 horas del día, desde hace un mes, por las malas
condiciones del stadium, pero corrió
el rumor que por su deteriorado estado las reparaciones serían insuficientes.
Al final, abrió sus puertas nuevamente y aunque las
áreas de servicio siguieron siendo pequeñas y comprar una gaseosa volvió a
convertirse en una odisea, los aficionados quedaron satisfechos.
“Estamos en la segunda ronda. Es lo que queríamos”,
dice una de las acomodadoras de la tribuna central, que ayuda al público a
conseguir sus puestos.
El Hiram Bithorn ha sido el hogar de la selección
nacional boricua en todas las ediciones del CMB. Hasta el sábado su récord era
de 9-2, incluido el festejado triunfo que dejó fuera del torneo a la Vinotinto.
Antes, fue la sede alterna de los desaparecidos
Expos de Montreal, en 2003 y 2004, y su último espectáculo con estatus de
grandes ligas se llevó a cabo en 2010, con un par de series de tres desafíos
entre los Mets de Nueva York y los Marlins de Florida.
“Se termina este pool y nos quedamos con un buen
sabor. Podemos sorprender si el pitcheo, que está flojo, responde. Tenemos el
poder para estar en la pelea”, sostuvo un taxista, que ha hecho “varios pesos”
en estos días de extraña fiebre por el beisbol.
El evento representó un alivio para muchos
puertorriqueños, agobiados por los problemas económicos.
La Compañía de Turismo de Puerto Rico, una agencia
gubernamental, aseguró que espera una inyección a la economía local de 45
millones de dólares, gracias a la celebración del Puerto Rico Open de Golf y
los juegos de primera ronda del CMB.
Aunque algunos entendieron que el torneo era una
vitrina para protestar. Una aficionada se lanzó al terreno, en medio del
partido entre boricuas y venezolanos, llevando una pancarta que decía “no a la
privatización del aeropuerto”.
Son días de contradicciones. Puerto Rico está en
segunda ronda del CMB, pero algunas cosas no cambiarán cuando el Hiram Bithorn
se quede en silencio y las torres de alumbrado se apaguen.
Esta columna apareció
publicada en el diario El Nacional el 11 de marzo de 2013
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