Fotos: Mauricio Centeno |
Durante su infancia, el mejor bateador emergente en la historia del circuito, expendía bebidas en el Estadio José Bernardo Pérez
Valencia.- Alex Núñez creció con la esperanza de ser
pelotero profesional, como tantos otros niños del país. Durante la temporada de
beisbol, el jovencito solía asistir al Estadio José Bernardo Pérez, después del
colegio. Quería estar lo más cerca posible de las figuras del campeonato, sobre
todo de los que lucían el uniforme de La Guaira, el equipo de sus amores a
principios de la década del 90.
Núñez contaba 12 años de edad y se le agotaban las excusas
para ir al parque valenciano todos los días. Así que ideó un plan infalible,
que convencería a su familia.
“Conocí a un señor, que le decían el ‘Cochino’. Era el
encargado de vender las cervezas en el estadio. Estaba estudiando y como menor
de edad no podía vender licor. Entonces lo convencí para que me pusiera a
vender maltas. No era que lo necesitara. En realidad quería tener la
posibilidad de vacilarme el juego”, contó entre risas la ahora figura de los
Tigres de Aragua. “Fui a ver al ‘Cochino’ durante dos sábados seguidos, hasta
que lo convencí. Entonces, después de colegio, me iba al estadio e interactuaba
con los peloteros”.
Núñez tenía que reportarse al puesto en el que sería
proveído de sus herramientas de trabajo a las 5:00 de la tarde en punto. Así
que llegaba temprano. Mucho antes del inicio de las obligaciones que había
adquirido solo para estar cerca de sus héroes.
“Fue una etapa bella, que siempre recuerdo. Vivía en
Valencia, en la urbanización Los Caobos y podía regresar sin problemas a casa.
No había tanta inseguridad en las noches”, recordó el infielder.
“Gregorio Machado se acuerda cuando correteaba por el
terreno. Olinto Rojas lanzaba la práctica de bateo a Magallanes. Estaban Carlos
García, Álvaro Espinoza, Eddy Díaz era un novato, Andrés Espinoza, Oscar
Azócar, Edgar Naveda y William Magallanes, entre otros”, evocó Núñez, con un
dejo de nostalgia. “Hace poco me encontré con Magallanes y se acordó de mí con
mucho cariño. ‘Tú si eras fastidioso’, me dijo (risas)”.
El futuro bateador zurdo coleccionaba los autógrafos de los
peloteros, “de todos, no solo de los que jugaban con Tiburones”, y los
intercambiaba con sus amigos del colegio.
“Mi ídolo era Oswaldo Guillén. Vi jugar al Carlos Subero y
en sus últimos años al señor Luis Salazar. Ahora somos muy amigos. Para cuando
lo nombraron manager de La Guaira, ya era un adolescente. Tiburones hizo la
pretemporada en Bejuma y me fui hasta allá. Lo saludé y no se acordaba, pero le
recordé que yo era el niño que vendía malta, entonces supo quién era”.
Para poder compartir con los peloteros, antes de los
partidos, Núñez logró ganarse el favor de los oficiales de seguridad.
“Brincaba la cerca y corría con los jugadores. Pero tenía
que ser a las 2:00 de la tarde porque después me sacaban. Iba de aquí para
allá, pero de tanto insistir logré que me dejaran un poquito más. A los otros
niños sí los sacaban. ‘Epa, yo soy el de las maltas, les decía’. ‘Está bien,
pero a las cinco te tienes que ir’, me contestaban. Igual esa era la hora de
empezar a trabajar. Las maltas apenas costaban Bs. 3,50. Imagínate (risas)”.
Núñez todavía guarda varios recuerdos de aquella época de
sueños infantiles y pasión de aficionado. Algún día piensa donarlos. Autógrafos
y pelotas firmadas son parte de la historia del circuito y deberían estar en un
recinto destinado a exhibirlos. Aunque uno de esos objetos seguirá con él por
siempre.
“Es una pieza valiosa. No creo que la done. En la primera
final Caracas-Magallanes (1993-1994), después del último juego, brinqué al
terreno y me robé el lineup de los Leones del Caracas. Lo tengo todavía. Corrí
y le di la mano a Omar Vizquel, que accedió a fírmalo, pese a la derrota”.
“Se lo dije el año que se retiró en Venezuela (2007-2008)”,
reveló. “Cuando le entregué el Caballo de Oro (premio que otorga Núñez a
figuras de la pelota nacional), le comenté sobre aquel episodio. Confesó que no
se acordaba, pero que era bueno verme, como el profesional que quería ser en
aquel momento. Ahora, los dos estábamos uniformados en un terreno de juego. Nos
estrechamos la mano. Nos tomamos una foto y volví a ser aquel niño. Eso no está
escrito en ningún libro, pero quedó grabado en mi memoria”.
El pequeño infielder llamó la atención de los scouts a
finales de los 90 y seis años después de corretear detrás de un pelotero para
pedir que le firmaran una pelota o cualquier superficie que soportara la tinta
de un bolígrafo, logró estampar su rúbrica en un contrato de un equipo
profesional.
"Brincaba la cerca y corría con los jugadores. Pero tenía que ser a las 2:00 de la tarde porque después me sacaban".
ALEX NÚÑEZ
Lo hizo gracias a Enrique Brito, cazatalentos de loe
Mellizos de Minnesota, que recomendó al doctor José María Pagés, presidente de
los Tigres, reclutarlo para el equipo aragüeño.
“Dios me dio la dicha de debutar en el Estadio José Bernardo
Pérez, en la temporada 1999-2000. Nada más y nada menos que contra el mejor
cerrador del equipo, ‘Manacho’ (Oscar Henríquez), y le di un hit. Toda mi
familia estaba en la tribuna. Fue una gran satisfacción”.
Aquel fue el primero de los 64 imparables que ha conectado
en la LVBP como emergente, la mayor cantidad en la historia del circuito.
Además, en 200 turnos ha negociado 33 boletos, para un promedio de .320 y OBP
de .420, en ese difícil rol.
“Cuando estoy en el terreno, durante la práctica y miro
hacia la preferencia de la derecha, solo puedo sentir satisfacción. Allí,
cuando penas podía anhelar estar de este lado, vendí maltas. Ahora estoy
tratando de ganar otro campeonato con los Tigres”.
El “Niño de la Selva”, apodo con el que le bautizaron sus
compañeros por su estatura y pelo largo, está en medio de su sexta final, luce
tres anillos de campeones y ha asistido a cuatro Series del Caribe.
“No puedo quejarme, aunque durante todo este tiempo atesoro
a mis amistades. Varias de esas personas las conocí cuando vendía maltas.
Algunas de las madres de esos peloteros que me daban autógrafos, me siguen
viendo como aquel pequeño. Sí. No tengo nada de qué quejarme”.
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