Tim Robbins y Kevin Costner en una escena de la película Durham Bull de 1988 |
La íntima interacción entre un pitcher y un cátcher
es única en los deportes. Debe existir un profundo entendimiento entre ambas
partes para obtener buenos resultados
“Crash” Davis se quita la careta, pide tiempo al
umpire y se encamina al montículo. El derecho novato, “Nuke” LaLoosh, golpea su
guante en un gesto de desaprobación. “Oye, relájate”, le dice el receptor. “No
trates de ponchar a todos los bateadores. Los abanicados son aburridos, además
de fascistas. Trata de que te den más roletazos, son más democráticos… Y otra
cosa, burro, tú no sabes un carajo. Si quieres llegar a las mayores, me harás
caso… Así que calma. Vamos a divertirnos. Este juego es divertido. Divertido,
maldita sea. Y no agarres la pelota tan fuerte. Es un huevo, agárrala como a un
huevo”.
“Qué sabe él sobre divertirse”, contesta para sí
mismo un malhumorado “Nuke”.
El diálogo forma parte del film Durham Bull, protagonizado por Kevin Costner y Tim Robbins en 1988,
y de alguna manera ilustra la particular relación que se establece entre
lanzador y receptor durante un juego de pelota. Aunque no siempre las
conversaciones son tan elocuentes y coloridas.
La íntima interacción entre un pitcher y un cátcher
es única en los deportes. Debe existir un profundo entendimiento entre ambas
partes. Así, que pocas veces hay espacio para las peleas.
El lanzador es, por lo general el hombre clave en
cualquier partido. Su actuación determinará el camino que tomará el encuentro
para bien o mal de su equipo. Pero en muchos casos, el pitcher siempre se
refiera al receptor como el complemento en el control de la tendencia de un
juego.
“Uno habla con los lanzadores de diferentes cosas,
dependiendo de la situación de juego. En ocasiones debemos meterlos, centrarlos,
porque están idos, incluso en el conteo (de bolas y strikes) y es una forma de
decirles que estás en control”, señala Henry Blanco, el mejor receptor
defensivo en la historia beisbolística del país y en algún momento mascota
personal de Greg Maddux y Johan Santana, un dúo que suma seis premios Cy Young.
“En ocasiones, uno les dice algo diferente, como ‘recuerda
que tu hijo vino a verte’ o algunas cosas fuera del juego para despejarles la
mente. Claro, no es lo mismo ir a hablar con Maddux o Santana que con un
novato”.
Blanco, de 42 años de edad y con 16 zafras de
experiencia en las mayores, tal vez no haya protagonizado un altercado verbal
como el “Crash” y “Nuke” pero recuerda una ocasión especial este año, con Félix
Hernández, otro ganador del Cy Young.
“Subí a hablar con Félix. Fui caminando lento. Cuando
llegué al montículo, esperé a que me mirara y sin decirle nada, le di la
espalda y me devolví trotando. Sacamos el inning… Cuando regresamos al dugout,
Félix me preguntó si estaba loco y lo que hice fue reírme. En ese episodio en
particular traté de hacerle entender, de decirle ‘Hey, yo estoy aquí, confía en
mí, déjate llevar”’.
Salvador Pérez, la estrella emergente de los Reales
de Kansas City, comparte la misma opinión de Blanco.
“Cuando estás allí, detrás del plato, tienes que
hacerle saber al pitcher que conoces a los bateadores que está enfrentando, que
sabes cómo lanzarles, cuáles son sus debilidades, que no tenga miedo de lanzar
un piconazo, si llegara a necesitarlo. Cuando logras que confíen en ti, tienes
buena parte del camino andado”.
Tim McCarver, seleccionado dos veces al Juego de
Estrellas a finales de la década de los 60 y reconocido por su defensa, iba un
poco más allá. “El receptor debe conocer la calidad y la condición tanto física
como mental de cada miembro del cuerpo de lanzadores de un equipo”, aseguraba
hace unos años atrás en una entrevista con Sports
Illustrated.
“¿Está descontrolado, perdiendo las esquinas, lanzando
demasiado arriba? ¿No está haciendo la pausa natural o está soltando la bola
con demasiada rapidez? ¿Está trastornándose? Es nuestra tarea saber y hacer
algo al respecto, haciéndolo tomar su ritmo, reteniendo la pelota entre
lanzamientos o, si es necesario, pidiendo tiempo y yendo a hablar con él, para
estimularlo”.
En 2012 el pitcher novato Trevor Bauer no hizo el
menor esfuerzo por integrarse al resto de sus compañeros de los Diamantes de
Arizona.
El derecho, uno de los mejores prospectos del
beisbol al momento de ser ascendido por los desérticos, nunca logró encajar en
“los gustos”, por decirlo de alguna manera, del manager Kirk Gibson y el
receptor Miguel Montero. Así que no sería descabellado pensar que ese impasse
empujó a la organización a cambiarlo a Cleveland durante el receso de campaña.
Así que la película Durham Bull no está tan alejada de la realidad.
Montero, figura de los Diamantes y uno de los
mejores hombres con aperos en la Liga Nacional, admitió durante la primavera
que no había sido fácil recibirle a la joven promesa.
“Fue duro”, le dijo Montero a varios reporteros en
Phoenix. “Cuando tienes un tipo así, que piensa que todo lo tiene resuelto, es
difícil iniciar una relación y ponerse en la misma página”.
El caraqueño agregó que la idea era simplificar las
cosas para el recluta, pero “el cerebral” Bauer nunca quiso tomar parte de ese
plan. “Lo hizo todavía más difícil”.
Bauer lució terrible en cuatro inicios con los
D-backs. Dejó marca de 1-2 y 6.06 de efectividad. Concedió 13 boletos y abanicó
a 17 en 16.1 innings.
“Desde el primer día del spring training le recibí y
casi me mata porque hizo 100 lanzamientos en esa práctica”, continuó Montero en
su relato, reseñado por el Arizona
Republic. “Le dije que se lo tomara con un poco más de calma y que
trabajara en la localización de su recta primero, antes de comenzar a ensayar
los pitcheos quebrados. Y me dijo ‘Sí’. La próxima vez que lo vi hizo lo mismo.
Nunca quiso escuchar”.
Montero, como Crash en aquella versión del Durham en
el celuloide, es el principal líder del equipo por lo que Bauer cruzó un
sendero del que nunca pudo regresar.
“Le gusta hacer las cosas a su manera y es tozudo
para cambiarlas. Suerte (al catcher de los Indios) Carlos Santana”.
Una vez arriba con la tribu este verano, los números
de Bauer fueron casi idénticos a su primera experiencia en las mayores. En
cuatro inicios, exhibió récord de 1-2 y un promedio de 5.29 de efectividad, mientras
regalaba 16 pasaportes y guillotinaba a 11 en 17 capítulos.
Al final de la historia escrita y dirigida por Ron
Shelton, “Nuke” acepta que “Crash”, un veterano de ligas menores, tiene más
experiencia y debe escucharlo para ascender a las grandes ligas.
“Jamás pasé por algo como eso. Tengo cientos de
anécdotas en el beisbol, pero además de discutir cómo le voy a lanzar a un
bateador o recuperar la calma, nunca he vivido algo como eso con un cátcher”,
enfatizó Horacio Estrada, que tuvo breves estadías en las mayores a finales de
los 90 y principios de 2000. “Nada parecido (a la película)”.
Al final las tormentas terminan en una pequeña caminata
como la de Blanco, en otras los nubarrones se despejan de inmediato o, por el
contrario, comienza a granizar, diría Montero. Se trata del eterno movimiento
de un balancín.
“Vas a hablar sobre una situación de juego en
especial, no a iniciar una pelea. Quizás lo más difícil cuando estás en ligas
menores es poder comunicarte, hablar inglés perfecto para poder estar en la
misma página. Pero hasta eso lo aprovechaba al principio. Les decía a los
americanos un chiste en español para que se relajaran. Esa es la idea”, cuenta Carlos
Pérez, receptor de 22 años de los Leones del Caracas y prospecto de los Astros
de Houston.
La capacidad de comprender el proceso del
pensamiento del otro es un aspecto integral y curioso del juego. Ese proceso de
deliberación permite el desarrollo de la estrategia y lo convierte en un terreno
fértil para la imaginación y la especulación cada vez que el receptor pide
tiempo al umpire y sostiene una breve conferencia con el lanzador.
Esta nota apareció
publicada en el portal Letrasdeporte el 23 de Octubre de 2013
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