Una multitud de 47.994 asistió al Juego de Estrellas que fue presentado por primera vez en la ciudad de Phoenix.
Foto Alexander Mendoza
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El imponente parque, que fue construido para el debut de la franquicia de los Cascabeles de Arizona en 1998, fue la sede de la edición 82 del Juego de Estrellas
La fachada principal del Chase Field no impresiona al visitante, si se compara con otros parques de las grandes ligas. Si el partido es vespertino, caminar media cuadra, el punto más cercano al que se puede acceder en taxi, es un ejercicio agotador por el intenso sol de Phoenix y su implacable temperatura que suele rondar los 40° C durante el verano. Así que tampoco resulta agradable, acortar distancia a pie hacia la enorme estructura rectangular.
La impresión cambia radicalmente una vez que se está dentro del recinto, tras dejar atrás la entrada y sus puertas de vidrio. El clima controlado, baja a casi la mitad los grados centígrados del exterior. Otra sensación, la de estar en una suerte de oasis, se apodera del visitante. Un rápido paneo revela una mezcla de lo moderno, tal vez futurístico, con lo rústico y hasta étnico, típico de esa parte de Estados Unidos.
El Chase Field se fundó con la franquicia de los Cascabeles de Arizona en 1998 y a principios de semana se convirtió en el estadio 52 en la historia de las grandes ligas que sirve de escenario al Juego de Estrellas, el primero que se lleva a cabo en Arizona.
La construcción del Chase se inició en 1995, con un costo de 354 millones de dólares, y tomó 28 meses para que los D-Backs pudieran realizar su primer partido (31 de marzo de 1998).
“Las cosas han cambiado mucho desde que jugué en esta ciudad. Era impensable un estadio como este”, comentó el ex grandeliga Dámaso Blanco, que actuó durante cinco temporadas con los Gigantes de Phoenix, filial triple A de San Francisco en la década de los setenta.
Poco más de 40 años después, Blanco, ahora un reputado comentarista de TV, disfrutaba de una de las maravillas del Chase Field: un techo retráctil de acero, de nueve millones de libras, que se abre –o cierra, de acuerdo con las condiciones climáticas–, gracias a un motor de 200 caballos de fuerza, en apenas cuatro minutos y medio.
“Es muy agradable jugar aquí y si el estadio está lleno, la sensación es mucho mejor”, señaló Miguel Montero, receptor de los Cascabeles, que durante la presentación del clásico de mitad de temporada fue ovacionado por las casi 48 mil personas que llenaron buena parte del aforo disponible (48.569 sillas).
Su imagen saludando apareció en la enorme pantalla LED de alta definición (136x46 pies), que en los más alto del jardín central muestra detalles del partido, estadísticas de los jugadores y resultados de ambas ligas. Otra pantalla LED bordea la base del segundo piso (24x20 pies) conmina a los aficionados a aupar al equipo local.
Un sistema de Wi-Fi gratuito provee a todos los asistentes la posibilidad de conectarse desde cualquier punto, con teléfonos inteligentes o tabletas, y obtener contenidos e información sobre lo que ocurre en el terreno. Algo que permite disfrutar, sin perderse lo que hacen los Cascabeles, del amplio pasillo principal en el que operan franquicias de servicios y cinco tiendas de souvenirs.
“Uno de los mejores parque para ver beisbol en América”, concluyó Luis González, asistente especial a la presidencia de Arizona.
Esta nota apareció publicada en el diario El Nacional el 17 de julio de 2011
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