César Hernández quiso ser pelotero profesional y llegar a las grandes ligas, como muchos niños del país. Un sueño que nunca pudo alcanzar, pero cada vez que se inicia la LVBP se viste con el uniforme del Magallanes
César Hernández sale
del dugout del Magallanes con paso firme. Afuera está todo listo para que Matt
Palmer trabaje desde el montículo en un juego simulado.
Mientras se dirige a
tomar posición detrás del plato, Hernández ajusta sus aperos y se ríe de la
broma que escucha entre un grupo de bateadores que pronto se sumará al
ejercicio.
Más tarde, quizás, el
instructor Roberto Espinoza le pregunte algún detalle de lo hecho por el
importado.
El primer pitcheo, cae
bajo y afuera. Será uno de los más de 200 envíos que recibirá en la jornada.
Apenas son las dos de
la tarde y hace más de una hora que está vestido con el uniforme de los
Navegantes. Desde hace tres años, Hernández luce esos colores y comparte con el
resto del equipo. Se ha sentado en el clubhouse muy cerca de los grandeligas
Pablo Sandoval, José Altuve y Elvis Andrus. Hasta ha compartido un par de tips
con Carlos Zambrano.
Richard Hidalgo, uno de
los iconos de la franquicia, siempre habla con él antes de los partidos y la
conversación termina en risas.
Pero cuando se
enciendan las luces del estadio, Hernández se irá con los relevistas a su
nicho, detrás de la barda del jardín izquierdo, consciente de que jamás tomará
un turno en la liga. Sabiendo que la distancia entre él y el círculo de espera
es pequeña, pero que el paso para llegar hasta allí seguirá tan distante como
lo estaría para el aficionado que se sienta en las tribunas, con un jersey que
compró en la tienda de souvenirs del José Bernardo Pérez.
“No tengo complejos”,
suelta el catcher de bullpen del Magallanes, que como tantos otros niños soñó
con ser profesional y llegar a las grandes ligas. “Jugué
algún tiempo en la Liga Bolivariana, el resto lo hice en el beisbol amateur.
Pero ahora estoy con Magallanes y me siento bien. Pocos pueden decir que están
en mi posición. El trabajo que hago me gusta. Cualquier trabajo,
mientras lo hagas bien y te guste, te brindará satisfacción y te llenará de
orgullo. Soy el héroe de mis hijos y ellos son mi motivación. Ver a mi hijo
emocionarse cuando la televisión hace un toma del bullpen y aparezco, es
gratificante ¿No es eso suficiente?”.
Hace poco más tres años, José Miguel Nieves lo
invitó a unirse a una de las sucursales de los Navegantes en el Programa de
Desarrollo. El ex grandeliga formaba parte de cuerpo técnico naviero y conocía
Hernández.
Foto MERIDIANO
Hernández (izquierda) junto a Luis Rodríguez, el otro catcher de bullpen de la nave |
La invitación no era para formar parte del equipo
como pelotero activo, sino para ayudar a calentar a los lanzadores.
“Asistí a los partidos y lo hice bien. Luis Blasini
(gerente deportivo del club) me dijo que se había abierto una vacante arriba y
me preguntó si me interesaba. De inmediato acepté”.
El trabajo tras bastidores luce poco importante a
los ojos del no iniciado. Pero sin ese esfuerzo imperceptible, el escenario no
estaría preparado todos los días para que los actores principales y secundarios
desarrollen la trama de la historia que comienza en el primer acto y, la
mayoría de las veces, termina en el noveno. El público que pagó por un asiento
en la localidad no tiene por qué estar al tanto de esos pequeños detalles.
Para Hernández, ser invisible tiene sus ventajas y
siempre las aprovecha.
“Me gusta lo que hago”, insiste. “Me relaciono con
los pitchers. La comunicación es bastante buena, sientes la conexión. Muchas veces
comentan cómo se sienten, qué quieren trabajar, en qué se enfocarán. Uno está
allí para eso para facilitarles su trabajo, antes de los partidos”.
Gustavo Chacín y Carlos Zambrano, las dos figuras
criollas de la rotación bucanera, prefieren a Hernández cuando trabajan en el
bullpen.
“No es por alardear. Me la llevo bien con todos”,
asegura. “He estado trabajando con Gustavo y las veces que el Toro ha querido
hacer su trabajo me busca y los resultados son buenos. Debo brindarles la
posibilidad de que se sientan cómodos. Para que cuando salgan al montículo
hagan bien su labor”.
Hernández se ha convertido en un gran observador y
puede dar un informe detallado de qué está ocurriendo con cualquier lanzador.
“Se trata de estar pendiente de lo que están
haciendo bien o mal”, continúa. “Claro, mi trabajo no es indicarles si deben
mejorar el ángulo o la mecánica al momento de lanzar. Sólo trato de tener a la
mano ciertos tips que les ayuden a tener una idea de lo que pueden estar
haciendo con un determinado lanzamiento, si alguno de ellos pregunta”.
Espinoza, coach de pitcheo, al final de los partidos
simulados o prácticas de bateo en vivo, suele hacerle preguntas.
“El técnico no logra ver todos los detalles, porque
está situado a un lado o detrás del pitcher. Yo estoy allí, detrás del plato,
en una posición en la que percibo algunas cosas. Así que simplemente paso esa
información y el coach hace el resto”.
Foto AVS PHOTO REPORT Hernández (detrás) se entrena como cualquier otro pelotero |
Por eso celebra una buena actuación monticular durante
los encuentros, tanto como si hubiese llamado el juego en lugar de Robinson
Chirinos o Jesús Flores.
“Claro. Me llena de satisfacción y cuando les va mal
en un inning o en el partido, siento un gran malestar. Entonces pienso, que la
próxima vez que tiren desde el bullpen estaré allí para darles una mano”.
Por su contextura física se ganó el apodo “Berry
López”, pues hacía recordar al fornido Antonio López, un forzudo bateador
derecho que fue figura de los Tigres en la década de los 80. Luego, Hidalgo
comenzó a llamarle “BlackBerry” cuando subió al equipo grande y el mote se
quedó con él.
Hernández ríe al recordar la anécdota, aunque nunca
se toma en juego su trabajo. Se esfuerza tanto como cualquier otro miembro del
roster activo del Magallanes.
Hace un año se sometió a un intenso plan de
acondicionamiento físico con el profesor Rafael Álvarez, que fue el entrenador
personal de Bob Abreu y ahora trabaja con el Panda Sandoval.
“Esta labor requiere de una gran fortaleza. No sólo
se trata de estar allí agachado y recibir pelotas. La primera temporada fue el
mayor reto para mí, porque recibes tanto o más que un cátcher titular y tenía
que adaptarme. Gracias a Álvarez he perdido 25 kilogramos y estoy en una gran
forma. Siempre me reporto desde mucho antes del inicio de la campaña para
trabajar con los lanzadores que no tienen contrato. Luego, durante la
pretemporada, es una barbaridad los sides
que recibo”.
Hernández llega al estadio al mediodía, dos horas
antes que los cátchers regulares del club, y se marcha mucho después que cae el
out 27, más de 12 horas después.
“Si algún americano recién llegado necesita
prepararse estoy ahí. Si alguien necesita un trabajo especial, me toca
ayudarlo. Son como 6 o 7 bullpens diarios, 40-45 pitcheos cada uno, cuando se
trata de ejercicios largos, o 25-30 envíos sin son regulares. Luego caliento a
los relevistas durante el juego”.
Hernández espera que alguien note ese trabajo, como
lo hizo Blasini cuando estaba en la Liga Paralela.
Le incentiva que Herberto Andrade (Piratas), Román
Rodríguez (Yanquis), Jesús Tiamo (Filis), Javier Bracamonte (Astros) y
Alejandro Martínez (Medias Rojas) sean cátchers de bullpen en las grandes
ligas.
“Quizás pueda abrirse una puerta. Nunca sabes quién
puede notar que estás ahí”.
Su expresión lo delata.
La ilusión y los sueños siguen intactos.
Esta nota apareció
publicada en el portal Letrasdeporte el 8 de Noviembre de 2013
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