Después de anunciar su retiro hace un par de semanas, el ex jardinero todavía sueña con estar en el terreno de juego e intenta adaptarse a su nueva situación
VALENCIA
A Richard Hidalgo le cuesta hablar en pasado. Conjugar los verbos en pretérito no es cosa fácil. Aunque haya anunciado su retiro hace un par de semanas, sigue usando el uniforme del Magallanes. Todavía no lo guarda en un armario con el resto de sus recuerdos.
El manager Carlos García le pidió quedarse con el equipo hasta el final de la campaña “ayudando a los muchachos”. Un gesto que el ex jardinero agradece porque su vida se unió hace 20 años al béisbol, cuando debutó con los Navegantes en la campaña 1991-92, y es imposible romper una relación tan larga “de la noche a la mañana”.
“Los primeros días, después de la rueda de prensa en la que anuncié que no seguiría más, me decía: ‘¿Qué hago ahora?’. En mi casa no puedo estar. Me volvería loco. Por eso decidí quedarme después de conversar con Carlos, sin las giras, solo en Valencia como asistente del cuerpo técnico. Es lo que hablé con Luis Blasini (gerente deportivo)”.
No es complicado entender a Hidalgo, que en junio cumplió 36 años y todavía luce un físico que intimida cuando participa en la ronda regular de la práctica de bateo en el estadio José Bernardo Pérez. Nadie tiene más ascendencia en el dugout, tampoco tantos años de servicio en el roster de los bucaneros y un liderazgo ganado a pulso en el terreno de juego. Por eso le ha costado desprenderse de lo que le rodea. Es la razón por la que el “Almirante” le pidió permanecer como consejero del grupo.
“Existe un respeto mutuo. Estando allí, las cosas no cambiarán. Es un orgullo compartir con ellos. Cuando necesiten de mí, saben que les brindaré mi apoyo. Cada vez que puedo pregunto: ‘¿Qué te pasa? ¿Estás bien?’ Deseo que el club siga siendo una familia. Aspiro a que todo lo que he puesto dentro de la organización se mantenga, porque no creo que ahora mismo surja un líder. Liderazgo no es echar broma o hablar mucho. Un líder es alguien que se encarga de velar porque todos estén unidos y si se presenta algún problema lo resuelve, para que los peloteros se sientan a gusto, contentos, y no existan conflictos con la organización y los técnicos. Busca la manera de que todo se arregle. Creo que todavía ese es mi trabajo y lo sigo haciendo, para mantener mi presencia y dejar saber que todavía puedo ayudar al equipo. Ser un líder es jugar duro, estar pendiente de todo y decir las cosas en el momento preciso”.
Hidalgo sabe de qué está hablando. Siempre pregonó con el ejemplo y lo sigue haciendo.
“No es fácil venir a jugar en el invierno sin agarrar un turno durante ocho o nueve meses. Ha sido así durante los últimos cinco o seis años. Solo la experiencia y la dedicación me ayudan a seguir adelante. Hacer pesas, correr y batear práctica no es lo mismo. Por eso me reporto temprano. Trabajo el doble que el resto. Porque ellos vienen de jugar, tienen spring training, consumen muchas veces al bate. Yo no. Es diferente. Entonces, como figura, como el que tiene más tiempo en el equipo, debo ponerme por encima del resto. No puedo fallarle a mis compañeros, ni al equipo, porque me ven como un modelo a seguir. Mi rutina en un día normal consiste en levantarme temprano, desayunar y luego dos horas de gimnasio. Descanso un poco, almuerzo y llego al estadio a las 2 de la tarde. Me entreno con el resto del equipo. Cuando faltan 45 minutos para el juego, bateo en la caja techada para subir la adrenalina y alistarme. Quizás no me lo digan, se hacen los locos (risas) pero si a mi edad hago eso, el resto debe darse cuenta, ¿no?”.
En consecuencia, ni siquiera el piloto García, cuya ascendencia sobre sus dirigidos es innegable y en sus días de activo se ganó el apodo de “Almirante”, puede ufanarse de una carrera como la del ex jardinero.
El mirandino es el líder en cuadrangulares de la franquicia (56) y aparece entre los 10 primeros en anotadas (quinto, 239), remolcadas (quinto, 219), dobles (sexto, 76) y juegos (octavo, 461). Formó parte de tres equipos campeones (1993-94/1995-96/1996-97). Su nombre aparece en el exclusivo club de los peloteros con tres vuelacercas en un mismo partido. Dejó una extraordinaria línea de producción en finales (.345/.424/.517), mientras que sus 17 jonrones y 60 impulsadas son el tope del club en postemporada.
“No piensas en que puedes llegar a tener todos esos números”, admite Hidalgo. “Lo único que podía controlar, desde que comencé a jugar, era mi constancia, mi dedicación. Así que tuve la suerte de poner esas estadísticas. El trabajo te pone en esa situación”.
Pero la velocidad del swing no es la misma. La velocidad de manos y la reacción para conectar la bola comienzan a ser puntos débiles. La experiencia y los ajustes pueden dar ventajas contra algunos lanzadores. Contra otros no es suficiente. El calendario, la inactividad y las lesiones cobran una factura alta.
“Siento que puedo hacerlo todavía”, advierte. “Pero llegó el momento en que mi corazón y me mente dijeron ‘ya basta’. Después de la lesión en el hombro derecho (noviembre de 2010), ser bateador designado me frustró. Uno pasa mucho tiempo sentado. Cuando no estás en el terreno, empiezas a pensar demasiado. Aunque hasta ayer estaba soñando ‘dígame si Magallanes me quiere activar (risas)’. Porque eso ha pasado, se han retirado peloteros y regresan. Así que me mantengo haciendo mis cosas. No se trata de dinero. Lo hago de corazón. Lo amo. Todo lo que tengo me lo ha dado el beisbol”.
Sí. Es difícil hablar en pasado. Pasar la página. Se trata de toda una vida.
Cuando Richard Hidalgo debutó en las mayores con los Astros, en 1997, era el prospecto 19 de todo el sistema de granjas de las mayores, según Baseball America. Le esperaba un futuro brillante.
“Cuando me dijeron que me iban a subir no pude dormir. Al día siguiente estaba en las grandes ligas. Guao… fue una gran impresión ver a (Jeff) Bagwell, (Craig) Biggio, Derek Bell. Estaba entre todos esos mostros… Aprendí mucho de Bagwell, de su experiencia para batear. Nuestros lockers estaban contiguos. Siempre bromeaba sobre quien iba a dar más jonrones (en 2000) y él terminó con 47 y yo con 44. Fue mi mejor época. La pasé bien”.
Esa campaña, en la que Hidalgo además remolcó 122 carreras y ligó .314 de promedio, fue una de las mejores en la historia para un venezolano.
“Recuerdo la reacción del público (en el Enron Field) con todos esos batazos maravillosos. Cuando pienso en eso, es algo que en ocasiones me entristece. Las lesiones comenzaron a aparecer. En 2005 (con Texas) fue la muñeca (izquierda). No pude conseguir un contrato (tras intentos fallidos con Baltimore y Houston en 2006 y 2007). No quería ir a las menores. Cuando te ves fuera de la pelota pega mucho. Por todos los sacrificios que uno hace. Con el talento que tenía siento que he podido dar más palos, muchos más. Pero al final queda la satisfacción de haber estado en ese nivel”.
¿Coach?, todavía no
Hidalgo no piensa dos veces la respuesta cuando escucha la palabra “coach”.
“Para nada”, sonríe. “(Luis) Sojo y (Luis) Dorante me han dicho ‘calienta para que lances la práctica de bateo o aprende a usar el fungo para que des roletazos’. Pero no estoy para eso ahorita. En mi mente todavía no lo acepto. De repente, después de terminar la temporada, lo pienso. Lo bueno es que nadie me obliga. Lo pensaré”.
Tres herederos
Hidalgo piensa que su legado tiene a tres legítimos herederos en sus hijos Richard, de 18 años de edad, Ricky, de 13, y Renny, que cuenta apenas 9.
“El mayor ha recibido invitaciones de tres universidades en Estados Unidos y está asistiendo a tryouts. El del medio ya es casi de mi tamaño, está fuerte. En principio no creí que podría ser pelotero, pero me insistió tanto que hemos estado trabajando en los últimos años. Ahora admito que tiene un gran futuro en el beisbol. El menor es un campocorto, que todos los días me sorprende con sus habilidades”.
Esta nota apareció publicada en el diario El Nacional el 14 de noviembre de 2011
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