Carlos García vuelve a tener éxito siendo fiel a sus principios, pero al concluir la temporada la directiva del Magallanes deberá decidir si el Almirante será una solución a largo plazo
Carlos García cree en la jerarquía de los peloteros
y en la máxima de jugar partido a partido. Ha reiterado una y otra vez la
importancia de tener memoria corta en el cargo que desempeña.
Cuando recibió la llamada del alto mando de los
Navegantes y decidió aceptar el reto de tomar las riendas del equipo, al que le
ha profesado devoción a lo largo de su carrera, sabía que no tenía mucho margen
de error. Apenas 16 encuentros para conseguir el pase a la final y luego tratar
de repetir la corona. Nada fácil.
Así que no hay que dar muchas vueltas para entender
su manera de dirigir. Las apuestas que hace son claras. En el terreno ocuparán
posición los jugadores en los que confía.
“Se trata de Magallanes. Ya no es el cronograma de
Pablo Sandoval. Tratamos de realizar los movimientos que ayuden al equipo”,
puntualizó al momento de explicar por qué el Panda apareció en tercera base durante
la noche de su debut y no en el rol de designado, como se anunció en principio.
Juan Rivera lidia con molestias en el muslo
izquierdo. Defender el jardín derecho podría agravar la condición por la que
atraviesa y poner en riesgo la permanencia de su productivo bate en el medio
del orden ofensivo. Así que el sacrificado fue Eliézer Alfonzo, el usual
designado.
“Son profesionales y deben entender que los movimientos
tienen una razón", enfatizó el piloto, que envió al banco al extrovertido
oriental y figura influyente entre sus compañeros.
García también decidió implementar un platooning entre Ezequiel Carrera y
Frank Díaz, además de sacar del roster a Lew Ford, un hombre clave en la
clasificación de la nave, para incluir al relevista Jorge Rondón. Se trata de hacer
lo necesario, sin temer a herir susceptibilidades.
“Soy un libro abierto, sincero. Siempre hablo claro
con los jugadores y les explico lo que haré para que no se produzcan malos
entendidos”.
Cada quien está consciente de su rol y la
importancia que representa para el club. García se ganó los galones de Almirante
en sus días de jugador activo y su ascendencia sobre sus pupilos nunca ha
estado en duda.
Le funcionó antes, cuando guió al navío a la final
contra los Leones del Caracas en la campaña 2009-2010 y el año pasado antes de dejar
al club por razones personales.
García saca el máximo provecho de lo que tiene a su
disposición. Por eso la llamada inesperada para convertirlo en el paliativo al
despido de Luis Sojo, que salió del equipo en diciembre, tras la ronda
eliminatoria.
“Quiero ser parte de la solución, no del problema”,
puntualizó García en su primer encuentro con los medios.
La directiva del Magallanes habló de mutuo acuerdo
en un escueto comunicado. No mencionó conflictos. Sojo tampoco se detuvo en
detalles, solo insinuó algún tipo de descontento puertas adentro.
Tal vez fue eso o la falta de planificación que
alguien de la oficina asomó bajo el resguardo de la confidencia. Quizás algunas
decisiones difíciles de explicar, entre ellas el manejo de José Flores y Jesús
Sánchez, dos de los relevistas de mayor talento del club, que se proyectaban
como figuras del bullpen, relegados a labores secundarias y luego enviados a la
Liga Paralela; además del poco uso que se dio a importados como Allan Dykstra y
Keone Kela en la ronda regular.
Las explicaciones no serán necesarias, si los
Navegantes consiguen el objetivo que se plantearon antes del inicio de la
campaña.
García tiene una gran responsabilidad, pero más allá
de tratar de ir día a día, como predica, no hay mayores cosas que planificar.
La estrategia dictará qué camino tomar mientras se desarrollan los encuentros.
Luego, la gerencia de los bucaneros deberá sentarse
a reflexionar sobre la inestabilidad en la que se ha balanceado el cargo de
dirigente en el equipo y si la figura del Almirante podrá convertirse en una
solución a largo plazo.
Esta columna apareció
publicada en el diario El Nacional el 20 de Enero de 2014
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