domingo, 24 de noviembre de 2013

Ramón Hernández, Moneyball y la apuesta que cambió su carrera


El catcher venezolano relata la historia detrás de la historia y revela cómo fue su relación con Billy Beane en un año inolvidable para Oakland



Billy Beane echó un vistazo al clubhouse de los Atléticos y se encaminó al locker de Ramón Hernández. Como siempre evitó los rodeos y le propuso una apuesta: Cada vez que llevara sus batazos a la banda contraria con un pitcheo afuera, le pagaría 50 dólares; pero cuando el receptor tratara de halar esos envíos, debía entregarle 50 dólares. Sencillo.

Hernández asintió, Beane sonrío, le dio una palmadita en el hombro y regresó por donde sus pasos le habían llevado hasta el venezolano.

“Eso fue un día en Cleveland y traté de comenzar a hacerlo de inmediato”, recuerda Hernández.

Era una calurosa noche en el Jacobs Field en mitad de agosto de 2002 y Oakland comenzaba una racha de triunfos inimaginable en los anteriores 103 años de historia de la Liga Americana.

Michael Lewis había recibido la oportunidad de viajar con el equipo durante los seis meses de la eliminatoria y sus apuntes terminaron convirtiéndose en el Best Seller Moneyball: El Arte de Ganar un Juego Injusto.

“Durante toda la temporada Hernández ha estado tratando de llevar la bola a su banda, fallando la mayoría de las veces, rectas afuera. Ha sido un completo fracaso a la ofensiva y no pudo cumplir con las grandes expectativas que la gerencia de los Atléticos tenía con él”, relata Lewis en el libro.

Hernández había llegado al Juego de Estrellas con una decepcionante línea de producción (.223 AVG/.292 OBP/.327SLG).

“El ejercicio me dio la excusa para manejar a Ramón”, refiere Beane en Moneyball. “Era una manera subversiva de sacarle toda esa basura sin que se diera cuenta”.

El careta, que se encontraba en su tercera campaña completa con los A’s, asumió el reto con entusiasmo y dio los primeros pasos para cambiar sus hábitos como bateador.

“Conecté varios batazos hacia la banda contraria”, afirma Hernández. “Y eso me ayudó bastante. Porque descubrí que podía aprender a irme hacia el otro lado del campo, no sólo por suerte. En ocasiones simplemente te sale, haces un buen contacto y la bola se dirige al jardín derecho. La apuesta me ayudó a descubrir que podía hacerlo cuando quisiera, me obligó a reaccionar con pitcheos afuera. Así que, poco a poco, fui reconociendo cuáles envíos podía batear para allá y cuáles no. Entonces conseguí manejar los envíos de adentro hacia afuera”.

Una vez más había funcionado la estrategia de Beane. Durante todo el verano, incluso mucho antes, el gerente general de Oakland intentó influir en el comportamiento de sus jugadores, siguiendo las directrices de una nueva manera de analizar el beisbol, gracias a estadísticas avanzadas, desarrolladas por Bill James, que cambiarían para siempre el juego.

“Desde ese instante, comencé a esperar la pelota un poco más. Por eso en ocasiones doy muchos fouls atrás, dejo que la pelota corra un poquito más. Trato de ver la bola hasta el final. De esa manera reconozco mejor lo que viene y reacciono”.

Hernández conectó un par de dobles hacia el right field y remolcó dos carreras en el partido que Oakland ganó 12-11 a los Reales de Kansas City, en el noveno inning con un jonrón del emergente  Scott Hatteberg, para establecer un récord de 20 triunfos consecutivos, el 4 de septiembre de 2002. 

Ese año el sucrense exhibió sus mejores números ofensivos en agosto (.273/.378/.377), el mes en el que los Atléticos consiguieron 17 de las 20 victorias de su sorprendente cadena, y terminó la zafra con promedio de .364/.341/.568, con 6 dobles, 4 jonrones y 16 producidas, en 81 turnos en los que llevó sus conexiones a la derecha. Hasta ese momento la mayor cantidad de veces al bate en esa situación en su carrera.             

“Esa apuesta fue como la describe el libro, pero no es algo tan fácil de hacer como lo muestran los resultados. En ocasiones estás en dos strikes y debes defender el turno o simplemente el lanzador no te permite estirar los brazos y lo que me propuso Billy era que debía llevar la bola de segunda hacia el jardín derecho, si era un poquito hacia el jardín central, no era válido. Billy llevaba las estadísticas y el reto duró como mes y medio. Pero al final, creo que gané por 50 dólares. Fue muy complicado”.

La anécdota pareciera reflejar una buena relación entre pelotero y gerente. Nada más alejado de la realidad.

“Nunca nos llevamos bien”, revela Hernández. “Por alguna razón era un poco indiferente conmigo, más que con el resto. Siempre estaba por ahí hablando. Pero la mayoría de las veces se reunía con (Jason) Giambi, (Eric) Chávez, (Tim) Hudson, (Mark) Mulder. Esa era su gente. A mí sólo se acercaba cuando hacía algo mal. Pero mi trabajo no era relacionarme con él. Era pelotero y tenía que salir al terreno a jugar beisbol, a disfrutar del juego con mis compañeros”.

Hace un par de años, Hernández tuvo la oportunidad de revivir aquellos tiempos después de ver la adaptación cinematográfica de Moneyball que hizo el director Bennett Miller, protagonizada por Brad Pitt, en el papel de Beane. La cinta fue nominada a seis premios de Academia, incluidos Mejor Actor y Mejor Película. 


“Billy siempre estaba en el clubhouse. Se iba al gimnasio cuando empezaba el juego. En el tercer inning terminaba de hacer ejercicios y se metía en el cuarto de videos. Ahí observaba parte del partido y si cometías un error, al final iba y te lo decía. ‘¿Qué pasó en ese tiro? No tenías por qué lanzar en esa dirección’. O simplemente: ‘¿Qué te pasa? Por qué haces swing con un strike, te da miedo batear con dos strikes. Espera el lanzamiento adecuado’. Siempre llegaba con su carisma y carácter complicado a reclamarte cosas. Un día le dije: ‘Oye Billy, entiendo que exijas, pero nunca fuiste bueno cuando bateaste en las grandes ligas’. Entonces respondió: ‘Eso era cuando jugaba, ahora soy gerente y soy tu jefe (risas)’”.

“Pero eso estaba bien”, continúa Hernández. “Él se metía mucho con el equipo porque quería que todos tuviésemos una misma meta: Ganar. Trataba de mantenernos enfocados en lo que debíamos hacer. ‘Debes hacerlo bien, muchas más veces de lo que lo haces mal para que te equivoques menos’. Eso era lo que pregonaba”.
Con apenas 26 años de edad, Hernández recibió
a Barry Zito, Tim Hudson y Mark Mulder, el trió que convirtió
a la rotación de Oakland en la mejor de la Liga Americana

Ese “pregón” tenía una casi obsesiva fijación estadística.

“Sí. Oakland siempre fue un equipo complicado. Tenías que coger bases por bolas, tenías que ser paciente, dejar que el pitcher lanzara, tenías que batear a la banda contraria, no podías correr mal las bases y regalar outs. Tener consciencia de los toques del rival, saber a dónde tirar, y nunca tocar la bola. Era muy exigente”.

Hernández siempre llegaba temprano al estadio para preparar los partidos.

“Tenía que ver un video desde la 1:00 hasta casi las 2:00 de la tarde. Después me reunía con el coach de lanzadores (Rick Peterson), que ya había visto el video, y discutir el plan. Luego recibía varios papeles con estadísticas, bateador por bateador. Eso llevaba una hora más. Más tarde nos reuníamos con el pitcher abridor y le decíamos todo lo que habíamos analizado. Después la práctica, calentar y el juego. Eso era todos los días, al menos durante mis primeros tres años. Después ya tenía los conocimientos necesarios y la experiencia en la liga para llevar al lanzador. Sólo acudía a los videos en casos muy particulares. Me soltaron las riendas”.

En 2002, Hernández guió a la mejor rotación de la Americana. Tim Hudson, Barry Zito (ganador del Cy Young) y Mark Mulder se combinaron para ganar 57 encuentros –el 55% de los 103 triunfos del club– y los Atléticos terminaron con la mejor efectividad del circuito (3.68). Un aspecto que no trata Moneyball.

“Esos tiempos fueron muy bonitos. Disfrutábamos jugar juntos, producíamos mucho como equipo. En la primera mitad jugábamos horrible, pero después nadie nos detenía. Ganamos 20 juegos al hilo. Fuimos a los playoffs cuatro años seguidos. Fue algo sensacional”.

Hernández es el receptor venezolano con más jonrones (169) en las mayores y en ese departamento se ubica en la casilla 29 en la historia de las grandes ligas, según Baseball Reference.  

“Jugar en Oakland, no sólo me cambió como bateador, sino como pelotero. Ha sido la mejor organización en la que he estado. A lo largo de mi carrera no he encontrado otra que se le parezca”.

Un toque personal
Billy Beane era irreductible en aquellos años. Nada de toques. Ni siquiera cuando el tercera base se encontrara  atrás. Tampoco bases robadas. No hay motivos para arriesgar tanto.Así que era inimaginable romper esas reglas en el inicio de los playoffs de 2003, contra el poderoso Boston. 
Pero Ramón Hernández se atrevió a improvisar. Puso su bate y la pelota rodó suavemente. Se detuvo en medio de la línea entre la antesala y el plato. Muy lejos para el catcher Jason Varitek y el tercera base Bill Mueller. Inalcanzable para el lanzador Derek Lowe, que se limitó a ver la jugada.  
Eric Chávez, que se había robado la antesala, corrió y piso la goma para dejar en el terreno 5-4 a los Medias Rojas y poner fin a un partido de 12 entradas, que se extendió por 4 horas y 37 minutos, el más prolongado en la historia de los Atléticos en una postemporada. 
“Es mi mejor recuerdo en Oakland. Uno de los momentos más emocionantes de mi carrera”, refiere Hernández. 
Con un out, Chávez, que corría en primera por una jugada de selección, avanzó a segunda gracias a un roletazo al cuadro de Miguel Tejada. Scott Hatteberg recibió boleto y Chávez se estafó la tercera. Hatteberg avanzó a segunda por indiferencia defensiva. Terrence Long recibió pasaporte intencional para que Lowe se enfrentara a Hernández y el catcher, en cuenta de 0-1, decidió el encuentro. 
“Nadie imaginó que iba a tocar la bola con las bases llenas”, recuerda el venezolano. “De repente pensé: ‘Estamos en casa, si fallo seguimos igualados y somos home club. Pero si toco bien, se acaba’. Y así fue. No hubo tiro a ningún lado. Todo el mundo se quedó frío. Hasta yo me sorprendí cuando el toque salió tan bueno”. 
El manager Ken Macha le dijo a la agencia AP después del juego que tanto Chávez como Hernández actuaron por su cuenta. 
“Qué final ¿Quién habría pensado eso? Los A’s ganaron con un toque”, celebró el piloto. 

Esta nota apareció publicada en el portal Letrasdeportes el 18 de Noviembre de 2013 

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